“De Escocia a Buenos Aires: A. Smith, J. H. Vieytes y la importancia del interés personal”

Alvaro Perpere Viñuales for AdamSmithWorks
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March 24, 2021
Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX las ideas de Adam Smith fueron recibidas en América, no solamente en las colonias inglesas sino también en las españolas. Aunque ciertamente en las primeras la recepción fue mucho más cálida, la universalidad de los principios propuestos por el escocés llamaron también la atención de diversos líderes intelectuales y políticos hispanoamericanos, que se sintieron atraídos por ellas y las intentaron llevar a la práctica dentro de sus comunidades. En comparación, esta recepción de Smith en hispanoamérica ha recibido menos atención por parte de los estudiosos del pensamiento del escocés. Sin embargo, una nueva mirada a este período nos permite redescubrir muchos elementos interesantes y una conexión más profunda entre Adam Smith y los intelectuales hispanoamericanos de la que usualmente se reconoce. Por ejemplo, en el caso particular de Buenos Aires, perteneciente entonces al Virreinato de la Plata, merece destacarse la figura de Juan Hipólito Vieytes. Editor de un periódico titulado Semanario de Agricultura, Industria y Comercio que se publicó entre 1802 y 1807, Vieytes fue una de las primeras personas que en Buenos Aires se declaró abiertamente seguidor de Adam Smith. Incluso tenía, según testimonios de la época, una edición en lengua inglesa de La Riqueza de las Naciones, algo ciertamente poco frecuente en esas lejanas tierras.

Su interés por Adam Smith no fue meramente académico. A lo largo de los años, en numerosos escritos en el Semanario, Vieytes señaló repetidamente que el territorio del Virreinato del Río de la Plata debía iniciar una profunda transformación social y económica en orden a lograr un mayor desarrollo y bienestar. Era necesario recurrir a las nuevas ideas que venían sobre todo de Europa, pero también de Norteamérica (de hecho, se sintió atraído de un modo especial por Benjamin Franklin). De entre todos los autores que leyó y estudió, que fueron ciertamente muchos, Vieytes no tuvo reparos en señalar abiertamente “al sublime Adam Smith”, como el escritor más importante en el campo de las ideas económicas. 

Para Vieytes, los principios económicos señalados por el escocés eran los más eficientes si se quería desarrollar y aumentar la riqueza del territorio del Río de la Plata. Sin embargo, para que puedan tener algún efecto real en Buenos Aires, Vieytes consideraba que era imperativo repensarlos y adaptarlos a la realidad que se vivía en el Virreinato. Sin esa tarea de adaptación, las ideas y principios que proponía Smith en La Riqueza de las Naciones (WN) no serían entendidos ni por la genta ni por los líderes sociales, y, por ende, la economía de Buenos Aires no podría florecer, o lo haría en un período de tiempo mucho más largo. 
 
Un tema al que prestó especial atención, y que quisiera desarrollar en este breve ensayo, es el de la importancia que da Smith a la idea “interés personal”. Vieytes se sintió profundamente atraído por esta idea junto con los efectos que, según demostraba Adam Smith, traía para el desarrollo económico y social. Aquella célebre reflexión que aparece ya en el capítulo segundo de WN, donde se dice que “No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero sino de la consideración de su propio interés de quien esperamos conseguir nuestra cena” condensa una intuición muy profunda respecto de como ordenar a la sociedad. Vieytes encontraba en el análisis de Smith una validación tanto moral como económica de la búsqueda del interés personal como un motivador genuino de la acción humana, especialmente de aquellos actos relacionados con la vida en sociedad. Esta reivindicación del interés personal tenía como resultado el permitir que la sociedad se desarrolle y que las personas puedan vivir mejor. 
 
Vieytes se sintió profundamente atraído por esta forma de entender la acción humana, pero también era consciente de que estas ideas podían sonar algo extrañas, incluso escandalosas, para con sus compatriotas. La cultura hispánica no parecía muy compatible con este elogio al interés personal, que a primera vista impresionaba como excesivamente egoísta y contrario al mandato moral de amar al prójimo. Por ello, Vieytes se mostró especialmente didáctico y concreto el momento de tratar de transmitirlas, sabiendo que su aceptación era crucial si quería ver ese anhelado cambio social y económico. Por ello, esta defensa y explicación del “interés personal” fue constantemente abordada durante todos los años que se publicó el Semanario, y siempre con mucho tacto y prudencia.
 
Al tratar sobre esta cuestión Vieytes concuerda con Smith en un aspecto esencial: las personas se mueven buscando satisfacer su interés personal. Así, cuanto más relacionado este lo buscado con el interés de una persona, mayor será el incentivo que tendrá para actuar. Por ejemplo, en una carta pública publicada en el Semanario escribió: “Debes firmemente creer que siempre que cada individuo no tenga por única mira su interés no hay que esperar que haga jamás el menor esfuerzo para adelantar en el interés ajeno”. Y así, no llama la atención de que, en su propuesta para salir de esta “holgazanería generalizada”, como describe a la situación de Buenos Aires de entonces, no quede otro camino que apelar al propio interés de las personas: "para que el hombre destierre de la inacción y la pereza, no se conoce otro camino que el de ponerle a la vista el cebo del interés, y allanarle los estorbos que le puedan impedir el conseguirlo". 
 
Como Smith, Vieytes entiende que el interés personal que él promovía no era algo cuyos efectos quedaban limitados exclusivamente al sujeto que lo buscaba, sino que tenía un claro y positivo impacto social. Para el argentino, al igual que para el escocés, la sumatoria de estos intereses personales no era algo conflictivo o problemático sino que por el contrario, era el medio que lograría el desarrollo general al que se aspira, y esto de un modo mucho más rápido y eficiente que cualquier otra vía: “como la suma de los intereses individuales constituye el interés general, ve aquí como serán inútiles los caminos que se tomen para cimentar éste sin aquel”. En el mismo sentido, Vieytes enfáticamente señaló que el interés personal no era algo que desunía a las personas, sino por el contrario, algo que unía y mejoraba a todos y cada uno de los miembros de la sociedad: “la conveniencia general está tan íntimamente unida a la individual que no se puede jamás desatender a esta sin que aquella se resienta al punto de una convulsión moral”. 
 
Pero Vieytes se enfrentaba a un particular desafío. Parecía que esta tesis que sostiene que todas las personas actúan persiguiendo su interés personal y que constantemente están buscando mejores niveles de vida no se aplicaba en Buenos Aires. En los primeros años del siglo XIX todo indicaba que allí la vida económica estaba estacionaria desde hacía décadas. Por esto, Vieytes consideraba que era necesario hacer algunas precisiones acerca de la fuerza del interés personal en los seres humanos. Smith había señalado que hay en todas las personas “cierta propensión a negociar, cambiar y permutar”, que esta propensión es “común a todos los hombres” y que tiende naturalmente a la opulencia general. Vieytes también creía que esta propensión era algo que estaba en todas las personas, ya que para él hay “en el corazón del hombre siempre impreso un vivo deseo de poseer y de proporcionarse todas las comodidades de la vida”. Es parte de nuestra naturaleza humana. Sin embargo, para Vieytes, aunque presente, este interés personal que mueve a las personas a mejorar puede estar “adormecido”, y ello debido a ciertas situaciones sociales y culturales. Eso era lo que a su juicio sucedía en Buenos Aires. De entre los elementos que pueden adormecer este interés personal que todos tenemos sobresalen en sus textos dos: en primer lugar, la abundancia natural que proveían las tierras de Buenos Aires, que a diferencia de muchos otros lugares eran tan generosas que permitían acceder casi sin esfuerzo a bienes esenciales, como la carne vacuna (¡situación que curiosamente mencionó el propio Smith en WN!), y, en segundo lugar, la carencia de una clara y sólida noción de propiedad privada. La combinación que se daba entre esta abundancia de bienes básicos y una falta de un marco institucional que reconociera la propiedad privada y a los frutos que luego se obtenían de ella hacía que los hombres no trabajen ni desarrollen todas las posibilidades que daba la tierra. Para resolver esto, Vieytes decía que “hay que hacer crecer el número de sus deseos, limitado hoy por la mayor parte al alimento solo”, y la mejor forma de hacer esto consistía en hacer una explícita apelación al interés personal: “el cebo del interés” decía, es el “único resorte que debe tocarse a cualquier coste para sacarlo de la inercia”. Dicho de otro modo, bastaba con despertar este interés personal que está en todas las personas por naturaleza, y que los empuja a querer vivir con mayor bienestar. Esto debería dar como resultado un creciente y continuado aumento de la riqueza del territorio de Buenos Aires.
 
Este esfuerzo por avivar el interés personal de sus compatriotas era a su juicio un deber patriótico, que los líderes sociales y políticos de la colonia tenían que cumplir. Sin este esfuerzo, la situación no cambiaría en el corto plazo. Incluso los sacerdotes católicos deberían hacerlo, tanto en sus sermones dominicales como a través de su conducta cotidiana. Después de todo, señaló Vieytes, lo que todos los hombres desean, y lo que promueve especialmente la religión católica, es la búsqueda de la felicidad, y eso no puede lograrse actuando contra estos principios. A todo aquel que verdaderamente le importe la felicidad eterna debería importarle también la felicidad temporal, cuya consecución solamente se alcanza si se acepta al interés personal como motor fundamental de la acción. Así, los Párrocos deberían “añadir a sus pastorales tareas” el enseñarles como estar trabajando de un modo ventajoso, ya que con toda seguridad desean “ver prosperar a agigantados pasos el despoblado patrimonio” de sus feligreses. Es interesante señalar que Vieytes no veía ningún problema en que el catolicismo, e incluso un sacerdote católico, hiciera propias estas ideas de Smith, hecho que desafía lo que décadas después sostuvo Weber al respecto. 
 
Sin embargo, Vieytes vivió en tiempos complejos para la sociedad de Buenos Aires. Unos meses después de sus últimas y más enfáticas defensas de estas ideas, su periódico dejó de aparecer (1807). Pocos años después, en 1810, con la Revolución de Mayo comenzaba en Buenos Aires un tiempo tumultuoso en términos políticos. A partir de ese momento, las urgencias obligaron a todos a postergar estos grandes debates. Apenas cinco años después, en 1815, Vieytes falleció. Su proyecto de repensar y desarrollar en clave smitheana un camino de crecimiento de la riqueza y el bienestar para su tierra quedaría, al menos por un tiempo, detenido. Sin embargo, como se dijo al comienzo, aunque con menor intensidad que en las colonias inglesas, gracias a Juan Hipólito Vieytes las ideas de Adam Smith empezaban a ser conocidas y difundidas en el sur del continente americano.