Valor de uso y de intercambio, excedente del consumidor y bienestar social

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"En toda sociedad es menester dejar a los adultos mayores y sanos ejercer sus facultades de elección para adquirir las cestas de bienes y servicios preferidas, cuyo costo ellos pueden pagar."
Editor's Note: This post can be found in English translation here.

En La Riqueza de las Naciones Adam Smith hizo una importante distinción entre el valor de intercambio (precio) de un bien o servicio, y su valor de uso (la satisfacción que se obtiene con su consumo), los cuales suelen diferir entre sí. Smith señaló:  
Debe tenerse presente que la palabra valor tiene dos significados diferentes, y unas veces expresa la utilidad que algún objeto en particular brinda, y otras indica el poder de comprar otros bienes que éste tiene. Al primero se la llama ´valor de uso´ y al otro ´valor de intercambio´ Las cosas que tienen el valor de uso más grande frecuentemente tienen poco o ningún ´valor de intercambio´; y, por el contrario, aquellos que tienen un alto valor de intercambio tienen frecuentemente muy poco o del todo no tienen valor de uso. Nada es más útil que el agua; pero ella no compra casi nada; muy poco puede obtenerse a cambio de ella. Un diamante, por el contrario, tiene muy poco valor de uso; pero con él se puede frecuentemente obtener una gran cantidad de otros bienes. 
Aunque las consideraciones anteriores podrían ser utilizadas para cuestionar de alguna forma la eficiencia y la equidad del sistema de mercado, la verdad es que en un mercado competitivo los precios se ajustan a una lógica que no siempre se comprende a primera vista.  Los conceptos de “análisis marginal” y “excedente del consumidor”, de amplio uso por los economistas modernos, nos ayudarán a establecer el por qué de la diferencia entre valor de intercambio y valor de uso. 
Tomemos primero el caso de la maximización de la utilidad (o satisfacción). Supongamos que Juan tiene un cierto presupuesto, limitado, el cual en su totalidad utiliza para comprar dos bienes, digamos vegetal y carne. Él se enfrenta a la limitación de que la cantidad de vegetal que compre multiplicada por el precio unitario de éste, más la cantidad de carne multiplicada por las unidades adquiridas debe ser igual a su presupuesto, Y,  tal como se muestra en la ecuación 1. 
                                                     Y = PvQv + Pc Qc              [1] 
 
Como consumidor racional, Juan quiere obtener la mayor utilidad (satisfacción) de su compra. El análisis microeconómico muestra[1] que su utilidad total es máxima cuando  la utilidad de la última unidad de vegetal adquirida (UMv), dividida por su precio, es igual a la utilidad marginal de la carne (UMc) dividida por el suyo. Es decir, cuando: 
                                                UMv / Pv = UMc /Pc             [2] 
En palabras, la ecuación 2 nos dice que, para que se dé la maximización de utilidad,  es necesario que la satisfacción por Dólar gastado sea la misma entre el vegetal y la carne. En Economía es generalmente aceptado que, más allá de cierto punto, la “ley de utilidad marginal decreciente” (LUMD) comienza a operar. Esta ley afirma que conforme más unidades de un producto se consuman, menor es el nivel de satisfacción que aporta cada unidad adicional. Por ello, si por alguna razón no se cumpliera con la igualdad que indica la ecuación 2, por ejemplo porque UMv / Pv ˃ UMc /Pc, es decir, porque en el margen los vegetales dan a Juan más satisfacción por Dólar gastado que la carne, entonces él mejoraría su satisfacción comprando menos unidades de carne y más de vegetales. De acuerdo con la LUMD, la utilidad marginal de los vegetales disminuiría y la de la carne aumentaría, alcanzando de esa forma la igualdad que señala la ecuación 2. 
El ejercicio anterior puede extenderse a n bienes y servicios y la lógica de la ecuación 2, conocida como restricción presupuestaria, continuaría en operación: Si
la igualdad opera para los bienes 1 y 2, también ha de operar entre los bienes 2 y 3 y, por tanto, entre 1 y 3. Y así debe operar para todos los bienes (y servicios) que el consumidor considere. (Eso sí, la matemática detrás de ella es un poco más complicada). 
Yo disfruto el ver a la gente mirando los escaparates en un centro comercial cuando realizan, de manera inconsciente, el análisis que contiene la ecuación 2: “Ese par de zapatos italianos es bonito, pero un tanto caro”, puede decir Juan.  “Esos pantalones vaqueros se ven lindos y no están tan caros --dice María—y lo mismo opera para esa blusa azul”. Sé que la mayoría de los amantes del vino, entre los que me incluyo, no suelen comprar Chateau Petrus ni Romanee Conti, no solo porque su oferta es relativamente limitada, sino porque optan por el tipo de vino que maximice la satisfacción por Dólar gastado—para algunos la elección es un Barolo;  para otros, una menos refinada botella de vino que cuesta $10 es la escogida. 
La restricción presupuestaria puede ser expresada en términos de precios y presupuesto monetario, en unidades de tiempo y espacio, limitaciones físicas, &c. Algunos dirán que ella apareció por primera vez con la caída del género humano (lapusus humani generis) que relata el libro del Génesis. Sea ésa u otra la razón, el hecho es que sin la escasez que ella implica no habría en el mundo necesidad de análisis económico ni de economistas. 
 
Agua, diamantes y excedente del consumidor.
Es un hecho que, para el consumidor típico, la satisfacción que obtiene del consumo del primer vaso (o botella) de agua es muy alto, porque muy probablemente lo utilice para satisfacer su sed. Una segunda botella podría ser utilizada para la cocción de alimentos, una tercera para lavar la vajilla, una cuarta para tomar un baño, regar plantas o lavar un vehículo, &c. Los usos más importantes tienen prioridad sobre los menos. Siendo éste el caso, el precio que un consumidor está dispuesto a pagar por una botella extra de agua lo define la satisfacción que  obtiene del consumo de la última botella. Por tanto, si ella compra y consume (digamos) en total 50 botellas de agua por semana, obtendrá una gran utilidad (satisfacción) y paga solo 50 veces el precio de la última botella. 
¡La diferencia en la satisfacción total que un consumidor deriva del consumo de cualquiera bien o servicio, y el precio que por él ella paga suele ser enorme! A esa diferencia se le denomina excedente del consumidor. Y conforme más alta sea la cantidad consumida, como en el ejemplo del agua, más grande es el excedente del consumidor.  Sin embargo, en el caso de los diamantes, que se consumen en cantidades relativamente pequeñas y que algunas personas del todo no adquieren, la utilidad marginal es alta y su valor de intercambio (i.e., su precio de mercado) es también alto.  (Nótese la operación de la ley de utilidad marginal decreciente en uno y otro caso). 
Los consumidores no tienen que preocuparse por el costo de producción de los bienes y servicios que adquieren en el mercado. Son los productores, al notar los precios que aquéllos están dispuestos a pagar, quienes analizan el costo máximo en que pueden incurrir para satisfacer esas demandas. 
 
Moralejas para los efectos de política pública.
Las funciones de utilidad –tanto total como marginal—suelen diferir entre las personas. Algunas prefieren el café al té, bananos a manzanas, visitar un bosque tropical en vez de una apretujada ciudad. Algunos pueden gustar de camisas rojas, pero en un momento dado se abstienen de comprarlas si tienen ya cinco en el ropero. Las preferencias suelen variar con el ciclo vital.  Los jóvenes buscan discotecas y bares cuando viajan, por ejemplo, a Europa, mientras que sus padres suelen tener más interés en catedrales y restaurantes de alta cocina. 
Una implicación inmediata de las circunstancias indicadas es que, excepto en el caso de niños pequeños que viven con sus padres, o enfermos en un hospital, ninguna autoridad puede hacer escogimientos óptimos en nombre de los consumidores. En toda sociedad es menester dejar a los adultos mayores y sanos ejercer sus facultades de elección para adquirir las cestas de bienes y servicios preferidas, cuyo costo ellos pueden pagar. 
En este sentido Adam Smith escribió que “el consumo es el único fin de toda la producción”. Y, para no dejar duda, añadió que “el interés del productor debe ser tenido en cuenta sólo en el tanto que sea necesario para promover el del consumidor”.  Siendo este el caso, la forma natural de maximizar el bienestar social es mediante el estímulo a los mercados libres, que hacen uso amplio de las ventajas de la división del trabajo, de la especialización y del comercio.  En ellos, los precios y las cantidades son determinados por la interacción libre de la oferta y la demanda. Esta es una razón por la que Smith aceptó que una de las funciones del {gobierno era promover la construcción de “carreteras, canales, &c.” que apoyan el comercio. 
Por tanto, “en todos los países es y siempre debe ser el interés de la mayor cantidad de personas el comprar, a quien más barato venda, lo que ellos quieran”. Y agrega; “Esta proposición es tan obvia que parece ridículo esforzarse en demostrarla”.-


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[1] Véase, por ejemplo, J.M. Henderson and R. E. Quandt, Microeconomic Theory—A Mathematical Approach, McGraw/Hill Book Company, Inc., New York, 1958. Páginas 12 & 13.
 
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